HAPPY HALLOWEEN!!!!!!

OS DESEAMOS UN TERRORÍFICO FIN DE SEMANA.
Aprovechando la ola anglosajona que nos arrolla, nos dejamos llevar -sólo por una vez- y nos despedimos hasta el martes con el icono de la calabaza.





Podéis celebrarlo en el Teatro Riera, participando en el Ciclo de Cine de Terror, o en la Plaza Cubierta el sábado con vuestros disfraces a partir de las 6 de la tarde.

Los que os quedéis en casa no perdáis la oportunidad de disfrutar -disfrazados y con palomitas- en buena compañía, de Pesadilla antes de Navidad (1994) de Tim Burton, una pequeña joya, ya película de culto.



Los más tradicionales contáis con el Don Juan Tenorio, obra que se representa todos los años el día anterior al de Difuntos. Además de con versos tan extraordinarios como los que siguen de Zorrilla:

Llamé al cielo, y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, no yo.
[...]
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
[...]
No me causan pavor
vuestros semblantes esquivos
jamás, ni muertos ni vivos,
humillaréis mi valor
Yo soy vuestro matador
como al mundo es bien notorio;
si en vuestro alcázar mortuorio
me aprestáis venganza fiera
daos prisa: aquí os espera
otra vez Don Juan Tenorio.

que podéis encontrar manuscritos, (tal como se escribía antes del invento del ordenador) en:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02482763890807352754380/index.htm

Asimismo tenéis la posibilidad de conocer una versión de ese mito tan español a través de imágenes como las que siguen:



Los mejores relatos con final obligado




La primera tarea que propuso el Taller de escritura fue crear un relato breve que tuviese uno de los finales que ofrecíamos como obligatorio. Los mejores trabajos recibidos son los que aparecen publicados a continuación:





De pequeña me gustaban las muñecas, los caballos pequeños que ahora mismo no sé cómo se llaman y las tartas de fresa que estaban deliciosas.
Pero ahora todo ha cambiado, no sólo mis gustos, sino también mi actitud, que se ha vuelto más rebelde, y mi estilo, ya que pasé de llevar vestidos cursis y ñoños con perlas blancas y los labios pintados de rosa a una chaqueta de cuero y tres piercing.
En este momento me encuentro en una comisaría abrazada a mi tercer novio.
Ya no soy una niña, algo ha cambiado.
José Meana. 1ºESO-A


En un pueblo muy conocido llamado Villafeliz en el que todos los vecinos eran felices, habitaba una niñita llamada Susi. Se paseaba por el pueblo sin imaginarse que le iba a ocurrir su peor sueño.
Estaba merendando en la pastelería “El pastel feliz” cuando, nada más dar el primer mordisco al bollo, oyó detrás suyo:
-¡Cómo has crecido, ya eres toda una mujercita!
Susi se sobresaltó y salió corriendo de la pastelería gritando:
-¡Sigo siendo una niña!
Corrió a su cuarto, empezó a jugar y advirtió de repente que su imaginación era mínima, así que se deshizo de sus juguetes porque se dio cuenta de que ya no era una niña.

Irene Solares. 1ºESO-A


Fernando tenía 11 años cuando perdió a sus padres en un accidente de coche.
Se fue a vivir al campo con sus abuelos, que eran bastante mayores y no podían cuidarlo muy bien, porque era muy travieso.
Pasaron cinco años y Fernando era ya un muchacho joven con 16 años recién cumplidos, inteligente y responsable de sus cosas. Cuidaba de su abuela, que había caído enferma.
Dos años después su abuela falleció. Estaba muy triste y se acordaba mucho de ella cuando, al cabo de un tiempo, encontró en el desván la partida de nacimiento de su abuela.

Tamara Sierra. 1ºESO-A


Sara madura

Hace muchos años vivía en Faycoun una pequeña hada llamada Feli. Vivía con sus padres y sus dos hermanas Pickie y Debie dentro de un gran tulipán rojo. Era feliz viviendo allí y tenía grandes amigas. Pero había algo que la inquietaba, las nubes, ya que su mayor sueño era llegar a tocarlas. Aunque sus padres la querían mucho, no aprobaban su idea. Feli se hacía preguntas constantemente y, tras mucho investigar, descubrió que había una leyenda que decía: "Todo aquel que toque las nubes demostrará que tiene mucho valor y bondad y por ello será llevado, junto con sus seres más queridos, a un mundo mágico y maravilloso."
Tras mucho pensarlo, decidió intentarlo y emprendió su vuelo. Subió y subió y sus dudas acerca de las nubes se disiparon por completo.
Finalmente, tras acariciar las nubes, desapareció.
Claudia Rendueles. 1ºESO-B


Allí, en Egipto, se alzaba el Nuberu majestuoso e imponente. Decidió irse a Asturias, llamó a una nube y se dejó llevar por el viento. Volando bajo, se estrelló contra la torre de un convento y cayó dentro. Los monjes, que odiaban al Nuberu, lo encarcelaron en una cámara subterránea donde no se podía llamar a las nubes. Lo ejecutarían al día siguiente.
Allí se alojaba también un peregrino que pasó al lado de su celda y decidió ayudarle a escapar. Le robó las llaves al carcelero y le abrió la puerta. El Nuberu intentó salir a duras penas mientras los monjes lo agarraban y le hacían la ropa jirones.
Cuando al fin se vio libre, llamó a unas nubes, y después de acariciarlas, desapareció.

Bruno Rodríguez. 1ºESO-B


En una ciudad muy muy lejana vivía un niño llamado Saúl. El pobre era huérfano de madre. El padre era escritor y un día Saúl le preguntó si tenía un libro donde se enseñara a llegar a las nubes. El padre le regaló un libro titulado “Cómo llegar a las nubes”, se puso muy contento y comenzó de inmediato a leer el primer capítulo. Tanto le gustó, que siguió leyendo toda la tarde y no quería que el cuento se terminara.
Cuando ya lo había acabado de leer, le apetecía mucho llegar a tocar las nubes y recordó lo que había aprendido de la lectura.
Al final, su sueño se hizo realidad, pues llegó a tocar el cielo y después de acariciar las nubes, desapareció.
María Rodríguez. 1ºESO-B


Sucedió el seis de agosto del año pasado. Era el día de mi cumpleaños. Estaba muy contenta porque había invitado a todos mis amigos y familiares a la fiesta. Todos me decían que tendría los mejores regalos que jamás nadie hubiera podido tener. Llegó la hora, ya todo estaba listo: la mesa puesta, la comida encima y los invitados comenzaron a llegar. Antes de empezar a comer abrí los regalos: el de mi abuela era un pijama con dibujos de cerezas, el de mi tía una chaqueta con cerezas en la solapa, el de mi amiga Inés un estuche con cerezas, y así uno por uno abrí todos lo regalos y todos ellos con las malditas cerezas. Desde aquel día no he vuelto a probar las cerezas.
María Lozano Tuero. 1º ESO-C


Poco a poco nos vamos haciendo mayores y eso fue lo que le pasó a Marta: había pasado de pensar en príncipes azules a pensar en novios guaperas, de poner faldas hasta la rodilla a vestir minifaldas como cinturones. Le gustaba esa sensación de sentirse mayor. Pero fueron llegando los problemas, ya que sus padres seguían pensando que todavía era una niña. Pero con el tiempo al ver su forma de vestirse, de comportarse y sobre todo los piercings que se había puesto, se dieron cuenta de que ya no era la misma.
Julio Riva Valle. 1º ESO- C


Un paseo, un huerto, árboles… ¡cerezas! ¿Cómo alcanzarlas? Primer intento: trepar por el tronco. Resbalo, me caigo y pantalones sucios. Segundo intento: tirarlas con una vara. Se rompe y me cae en la cabeza. Tercer intento: acercar un madero y subirme en él. ¡Bien! Ya tengo un puñado. Aparece el perro del dueño y tengo que salir corriendo.
Desde aquel día no he vuelto a probar las cerezas.
Julia Llosa Pérez. 2º ESO-B


Gracias, chicos, vuestras palabras son un regalo.


¿TE GUSTA CONDUCIR?

QUIJOTERÍAS (1) Horror vacui



quijotería.
1. f. Modo de proceder de un quijote (2).

quijote (2).
1. m. Hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo.
(DRAE)


-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

(Prólogo 1ª parte del Quijote)


Llevo toda la santa semana escuchando por boca de príncipes, políticos y palabreros al uso infinidad de discursos acicalados de retórica, inflados de verbosidad y oropel estilístico, abigarrados de redundancia y nadería y difundidos hasta la saciedad por todos los medios de comunicación de diverso y contrario pelaje que, solo por esta vez y para la ocasión, se han puesto unánimemente de acuerdo quién sabe bajo qué trapaceras consignas anticrisis y antigripales. No hay más que hojear las páginas de cualquier periódico, escuchar los noticiarios de cualquier emisora o ver cualquier telediario para darse cuenta del entramado que se ha orquestado para calmar al pueblo angustiado por una crisis económica aguda o alarmado por una pandemia que amenaza como un fantasma ubicuo de aviesas intenciones.
Pero lo que a mí de verdad más me alarma es que toda esa confitería verbal y arteriosclerótica se la traga la gente así sin más, sin masticar y sin salivar y, a la postre, sin digerir, lo cual provoca que nuestra conciencia se vaya constituyendo cada vez más fofa, más pesada, más amorfa y más débil, frágil y enferma.
La clave y la puntilla me la dio, hace poco más de una semana, la decisión del comité que diseña las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU) de suprimir (sí, habéis leído bien: suprimir) el comentario crítico de la prueba de Lengua Castellana. Ahora todo se va a reducir a un minimalista resumen (máximo 5 líneas) sobre el tema que aborda el texto a “comentar” y unas preguntas de teoría sobre la Lengua y la Literatura castellanas sacadas con fórceps del mencionado texto. O, como decía el ínclito Lázaro Carreter, usar el texto como pretexto, vicio que, a su buen juicio, había que evitar a toda costa de un comentario de texto que se precie. En resumen: que el perfil de alumno neófito que ahora busca nuestra egregia Universidad es el de un autómata, bien dotado para la extracción, manejo y consumo de materiales prefabricados por los individuos de clase Alfa pero en absoluto pensante y menos aún librepensador. A la Universidad le importa un carajo lo que el alumno piense o deje de pensar acerca de cualquier tema de actualidad (por cierto, ahora los textos propuestos serán más impersonales, más neutros, más asépticos). Lo que ahora interesa es que acepte ya de plano y sin ambages lo ya pensado por la élite ilustrada y directiva, y que, además, lo haga sin desasosiego, sin malestar de conciencia y sin protestar, si quiere acceder a la codiciada zanahoria de la carrera que ambiciona.
En fin, es que el Quijote no tiene desperdicio. Leámoslo una vez más -y cuantas veces hiciere falta- para recuperar el buen juicio, la cordura utópica del caballero andante en malos tiempos, como estos, para la crítica. Acabo con una cita -también del prólogo- apócrifa de Horacio:
Non bene pro toto libertas venditur auro. (No hay oro para pagar suficientemente la venta de la libertad)

Paco Ayala Florenciano

Dikcionario Hinposivle


OSADOS LEXICÓGRAFOS,
comenzamos nuestro intrépido Dikcionario Hinposivle. Tenéis una semana para redactar las definiciones más ingeniosas, irónicas, punzantes, satíricas y acertadas que se os ocurran de
palabras que empiecen por A, B, C o D.

Enviad vuestras joyas a elmaguillo@gmail.com

La crisálida


El 63

Ese mismo año entré yo en la escuela. Recuerdo que estaba plácidamente balanceándome en mi sillita de colores cuando mi padre me dijo que tenía que ir al colegio. Entraba un sol radiante y amarillo -como mi cabello por aquel entonces- a través de los cristales y no recuerdo nada más de ese primer día en las aulas de primaria. Supongo que acudiría con el mandilón de rayas azules, que formaríamos antes de entrar, que nos pasarían lista y que nos leerían la cartilla sobre los deberes (entonces no había derechos) fundamentales en cuanto a normas de higiene y de buen comportamiento. Y supongo también -porque conozco bien mi talón de Aquiles- que en este sentido mi conducta sería ejemplar, modélica e impoluta. Recuerdo, eso sí, que una vez nos hicieron pasar a toda la clase por la palmeta del maestro (don Suceso se llamaba el buen hombre, aunque tenía sus limitaciones como todos los maestros del régimen) y sé que me sentí injustamente tratado porque yo, en particular, no había hecho nada que fuese punible. Pero en en lo tocante a castigos, la justicia de Franco era “igualitaria”: si no salía el culpable, se aplicaban a todos por igual.
Luego, a los 11 años, entré en el Seminario Menor de Murcia. No es que se hubiera manifestado en mí la vocación sacerdotal, sino que en aquellos años el Seminario era una forma barata de acceder a la enseñanza de calidad (según los patrones educativos de la época: moral católica, disciplina y rigor en el aprendizaje). Bastaba, en todo caso, con cumplir fielmente con las ordenanzas del centro, con acudir regularmente a misa, confesarse asiduamente, mostrar cierta bondad cristiana y tener el Evangelio como libro de cabecera. No hace falta decir que el centro era exclusivamente masculino. La primera vez que tuve compañeras de clase fue en la Facultad. Hasta entonces, a las chicas las veíamos en la calle y eran -al menos para los seminaristas- poco menos que inaccesibles. Algún compañero que otro fue expulsado inapelablemente del Seminario porque mantenía contactos verbales (por las noches, al apagar las luces, con la casa de enfrente del pabellón, demasiado al alcance, demasiado cerca para no caer en la tentación) con el elemento femenino. Se me quedó grabada en la memoria aquella frase del Rector: “o Cristo o las mujeres”. Claro, ante tamaña disyuntiva, no me extraña que al final, de los 40 alumnos que entramos en mi promoción, sólo uno se ordenara sacerdote. La única ocasión en que se me impuso un castigo personal fue a los 15 años porque en una hoja de severas instrucciones que los curas habían colocado en la puerta de acceso al aula, yo escribí una sola palabra que lo decía todo: “¡Ja!” ¡La que se armó! ¿Cómo era posible que Paco Ayala, el dócil -hasta la fecha-, aplicado, empollón y angelical Paco Ayala hubiese estampado con su puño y letra semejante interjección subversiva? Estuve una semana sin salir al recreo ni a la calle, constante y sutilmente recriminado por mi Director espiritual por haber “faltado a la confianza que habían puesto en mí”. Ese mismo año abandoné el Seminario y adquirí, lenta y dificultosamente, conciencia de mí mismo, conciencia de mi libertad suprema por encima de todos los dogmas de fe. Y me fui haciendo hombre con sentido, con mi propia fe en la humanidad, en el espíritu de la razón, en el paraíso del aquí y del ahora, del instante, del más acá en el que ya gozamos de la plena eternidad.
Y ahora, cuando uno creía que ya habíamos sorteado los escollos de la recalcitrante escuela de posguerra (que malogró los avances y aciertos indiscutibles de la escuela republicana), cuando uno creía que caminábamos hacia una educación más libre, más creativa, más eficaz y acorde con los nuevos tiempos, más constructiva, solidaria, evolucionada y progresista... llega “El 63”, nefasto programa-basura de Antena 3, y trata de volver a las andadas, de poner en lacerante tela de juicio la educación actual, que no es la panacea, ni mucho menos, pero que es, sin lugar a dudas, mucho mejor que la que teníamos en aquellos abominables años, mucho más humana, más abierta y sobre todo más ajustada (con sus grandes lagunas todavía) a la realidad plural de nuestra sociedad. Pero lo más alucinante de todo es que los propios padres que envían a sus hijos adolescentes a participar en el programa están convencidos de que este engendro educativo del 63 es lo que sus vástagos necesitan para que entren en cintura, para que aprendan modales, para que experimenten aquello de “la letra con sangre entra”. Las fierecillas domadas a golpe de órdenes indiscutibles, de sanciones físicas, de auténticas violaciones de la dignidad humana que también los menores de edad poseen.
Ojalá que este programa vuelva a las cavernas de donde nunca debió haber salido, que regrese la cordura y la lucidez, que esta sociedad nuestra de arranque de caballo y parada de buey deposite su confianza en el sistema educativo y -criticando todo lo que haya que criticar- siga apostando por el futuro, por la libertad, por lo bueno por conocer antes que por lo malo conocido. Así sea.

Paco Ayala Florenciano

Festival del llibru


Acabamos de llegar de visitar la Exposición-Taller sobre el Llibru en Asturianu que organiza la Comarca de la Sidra en el entorno del Teatro de la Villa y de las Escuelas Graduadas con los alumnos de 1º y 2º de ESO. Interesante la iniciativa, pero me temo que se quedó en buenas intenciones y poco más, pues el partido que se le podía haber sacado a la visita hubiera sido muchísimo más productivo y pedagógico con más y mejor organización, con menos barullo (coincidíamos en la carpa montada ad hoc con diversos grupos que competíamos y nos estorbábamos en niveles de ruido) y con productos de más calidad o al menos de mayor interés para el alumnado menudo de nuestro Instituto. Paradójicamente, el espectáculo que más expectación causó al público juvenil fue el del mago (el Ilusionista, como se hacía llamar), pero precisamente lo hizo en perfecto castellano y se quedó corto o lo acortó ex profeso quizás agobiado por la energía vibrante y desbordadaque captó en los adolescentes. En fin, que me supo a poco... o a demasiado tiempo para lo que en realidad nos ofrecieron. Pero que conste que se trata de una crítica constructiva: juzgar para mejorar en lo sucesivo. Olé, en todo caso para los chavales, que se portaron, como no podía ser menos, de cine.

El final


Terminar un relato es difícil. Cuando contamos una historia necesitamos saber hacia dónde se dirige y debemos conducir hasta allí al lector sin que se dé cuenta a destiempo de cuál es la meta. El final es importante porque perdura en la mente de quien nos lee y, además, porque es el broche que da brillo a nuestro trabajo. Pero no os preocupéis, os lo ponemos fácil.


Tarea del taller:

Os proponemos escribir una historia (un relato muy breve) que termine de una de las siguientes maneras:

  • … y después de acariciar las nubes, desapareció.
  • … desde aquel día no he vuelto a probar las cerezas.
  • … unos años después, el joven encontró en el desván la partida de nacimiento de su abuela.
  • … ya no era una niña.

Podéis enviar vuestros escritos a elmaguillo@gmail.com.

El martes 28 publicaremos los mejores.

PURO TEATRO



Que estamos en el gran teatro del mundo ya lo decía el inmortal Calderón. Que seguimos representando cada uno nuestro papel en este teatro es una realidad como un templo. Si no, no hay más que haber asistido al espectáculo sobre la vida de Oscar Wilde el pasado viernes en el Teatro Riera para comprobarlo: el actor, Sergi Mateu, encarnó a las mil maravillas al literato sajón; y los alumnos, los más de 150 alumnos que allí presenciaron el extenso monólogo, ejercieron de si no atento, al menos sí aplicado público y aguantaron estoicamente las casi dos horas de función. Si aprendieron o no algo sobre la biografía y la obra de Wilde, no lo sabemos (supongo que con algo se quedaron: su homosexualidad, la cárcel, su dandismo...), pero sí aprendieron algo extra ordinario por lo raro en los tiempos que corren para la desbocada juventud del siglo XXI: a saber comportarse, a respetar y admirar el trabajo bien hecho, a valorar la importancia de lugares como el Teatro Riera que han sido erigidos precisamente para uso y disfrute del pueblo. ¡Larga vida al teatro!




Dikcionario Hinposivle

Os proponemos hacer un libro. Sí, así como suena: un libro. No uno cualquiera, no, vamos a hacer un libro que debiera traerlo todo. Vamos a construir el diccionario de nuestras verdades. Sí, ya sabemos que es inabarcable, un rollo enorme, puff qué coñ… No será otro diccionario, será Nuestro Diccionario, porque el oficial tiene definiciones aburridas, palabras que deberían significar otra cosa, algunas que nos gustaría que se escribiesen de otra forma, palabras por inventar, aquellas a las que habría que cambiarles el sonido, algunas demasiado serias como si les faltase humor. Hay tanto por cambiar que merece la pena intentarlo, pero como es mucho lo haremos por entregas o letras y quincenalmente.

Aunque lo parezca esta idea no es muy original ya se le ocurrió a un tal Ambrose Bierce (1842- ¿1914?), un escritor corrosivo de vida azarosa y muerte aún más misteriosa. Su temperamento se fue agriando de tal manera que le apodaban “Bitter Bierce”. Se volvió tan descreido de la sociedad de su época que decidió publicar su particular diccionario, “El diccionario del Diablo”. Rezuma cinismo, puro ácido, humor e incluso en algunas palabras ternura y melancolía. No encontraréis ni una gota de hipocresía ni atisbos de “lo políticamente correcto”, eso tan de moda en nuestros días. Nosotros podemos intentar añadir a la receta algo de ilusión, belleza, ironía, y desde luego originalidad. Si os sirve de ayuda ahí van alguna de sus definiciones:

Adolescente: Dícese del que se está recuperando de la niñez.

Amistad: Embarcación capaz de llevar a dos personas si hace buen tiempo, pero solamente a una cuando el tiempo es malo.

Cacarear: Celebrar el nacimiento de un huevo.

Celos: El peor lado del amor.

Circo: lugar donde se permite a caballos, ponies y elefantes observar a hombres, mujeres y niños que se hacen los tontos.

Consejo: La moneda menos valiosa que hay en circulación.

Costumbre: Las ataduras del hombre libre.

Culpable: El otro tipo.

Erizo: El cactus del reino animal

Fotografía: Cuadro pintado por el Sol, sin necesidad de aprender arte.

Género: El sexo de las palabras.

Indefenso: Incapaz de atacar.

Justicia: Mercancía más o menos adulterada que los estados venden al ciudadano como premio a su obediencia, impuestos y servicios personales.

Juventud: Periodo de lo posible.

Libertad: Una de las posesiones más preciadas de la Imaginación.

Nariz: Protuberancia del rostro humano, que comienza entre los ojos y termina en los asuntos ajenos.

Ortografía: Ciencia de deletrear con el ojo en vez de hacerlo con el oído.

Precoz: Niño de cuatro años que se fuga con la muñeca de su hermana.

Sabiduría: Clase de ignorancia que distingue al estudioso.

Solo: En mala compañía.

Teléfono: Invento del diablo que anula la ventaja de mantener a distancia a una persona desagradable.

Cada quince días, pues, propondremos las letras y seleccionaremos, entre vuestras definiciones, las más originales que se publicarán en el blog con el nombre del “culpable” o “perpetrador”. El anonimato no tiene valor en este caso, pero fíjate qué juego da este palabro: ano – ni – mato. Al final cuando hayamos recorrido el abecedario haremos otra selección y compondremos nuestro diccionario particular. Habrá premios.

El cuento de nunca empezar


El título de nuestra sección (que recuerda al de una obra de Carmen Martín Gaite) es tan imposible como el propósito de la misma: enseñar a escribir ficción. Cierto es que no se puede enseñar a hacer tal cosa, pues para ello hacen falta técnica y talento sin más... pero ¿por qué no atrevernos a despertar el creador que muchos lleváis dentro? Eso es lo que nos proponemos: contagiaros con entusiasmo
el virus literario, mientras diseñamos las piezas de un puzzle que podría llegar a ser un poema narrativo, un relato, una novela...
Comenzaremos la semana que viene... empezando por el final.

La crisálida



El limbo

Más que el cielo (inefable, lumínico y etéreo), más que el propio infierno (claustrofóbico, abrasador y caótico), el lugar al que siempre tuve verdadero temor de arribar en el más allá fue el limbo, precisamente por su indefinición infinita, por su indefectible inestabilidad, por ese permanente estado de inopia indesignable que le es inherente o no, ya que carece de rasgos, límites y perfiles: es sencillamente indescriptible. Cuando mis primeros padres (los biológicos y los pedagógicos) me lo mentaban, me sentía profundamente agraciado por haber nacido en un país católico y haber sido inmediatamente bautizado nada más nacer. Si tenías la desgracia de morir prematuramente antes de acudir a la pila bautismal, una mayor aún desgracia te aguardaba yendo a parar tu alma al limbo, un no lugar de donde no se sale nunca y donde no pasa el tiempo, donde no sufres ni padeces, donde permaneces en estado de espera toda la eternidad. ¡Pasmoso, cruel, aciago designio! Al menos, del purgatorio se acaba uno librando cuando purga sus culpas, pero del limbo... no te libra ni Dios.

Hace unos años que el Santo Padre proclamó al fin que el limbo no existe, que fue sólo una metáfora de las muchas que empleaba la Iglesia para tratar de arrojar luz sobre la incognoscible metafísica sobrenatural. ¡Qué alivio! Aunque yo ya estaba curado de espanto en estos últimos tiempos, aunque fuera a destiempo (muy acorde con el recalcitrante anacronismo de la curia), era un signo leve, sutil y frágil, pero signo al fin de que algo estaba cambiando en los albores del tercer milenio. Así que me olvidé del limbo, archivé el caso y fui soltando lastre, ese pesado fardo cultural que uno lleva adherido a las entrañas y que pulula como un fantasma por los entresijos de la mente.

Pero hete aquí que hace unos días decido cambiar de compañía telefónica y pedir la portabilidad. Ya estaba a punto de lograrlo cuando pienso que es mejor no hacerlo de momento -por razones que aquí no vienen al caso- y trato de paralizar el proceso. Cuál fue mi perplejidad cuando me dicen que mi número de teléfono, al haber interrumpido el trámite, ahora no pertenece a ninguna de las dos compañías y se encuentra irreversiblemente inoperativo. ¡El limbo -me dije-, mi teléfono ha ido a parar al limbo! Algo parecido me ha ocurrido con Telecable vía satélite que había contratado para acceder a internet en la aldea perdida en la que vivo. Al principio funcionaba de cine, la verdad, me parecía increíble que al fin la tecnología hubiera acabado con la secular marginación del mundo rural de la llamada sociedad de la información. Pero era demasiado bonito para ser cierto. En cuanto descargabas los 2Gb mensuales que te asignaban, la velocidad de descarga descendía a unos míseros 18Kb que imposibilitaban de facto el acceso a la red. Tras presentar innumerables quejas y reclamaciones en todos los tonos y formatos que me fue posible y recibir sólo largas, silencios y soluciones kafkianas (como que para recuperar los Gb de descarga tenía que dejar de usar el modem satelital, es decir, seguir pagando 51 euros mensuales sin hacer uso del servicio), resolví darme de baja. Ingenuo de mí, calculé que enseguida se pondrían en contacto conmigo para ofrecerme una contraoferta digna y sensata. Pero nada de nada: ni me llamaron ni me avisaron. A la semana de presentar la solicitud de baja se apresuraron sin más a desactivarme el servicio (y quitar de enmedio, ya de paso, mi incordiante voz de protesta) y hasta hoy. He tratado de recuperarlo, de renunciar a mi baja para no quedarme a dos velas en este páramo de la desinformación del que adolece la aldea, pero nada. Me dicen que no saben cómo resolver mi petición porque nunca se les había presentado algo así. ¡Otra vez el limbo, el irredento limbo, el implacable limbo!

Ahora sé que en realidad he vivido siempre en el limbo, que el limbo ha estado siempre aquí y sigue estando, que forma parte consustancial del entramado social, de la política, de la economía (otro limbo en forma de crisis de la que nadie acierta a escapar), del sistema educativo (en obsoleto limbo de incierto futuro), y -lo que más me aterra- de la inanidad, de la vacuidad, de la desorientación vital del ser humano.

Silencio. Respiro profunda y pausadamente. Me aferro a la palabra. A lomos del verbo vibrante me adentraré en su universo, quizás el único, quizás el último donde el limbo no existe. Y a ti, lector de El Maguillo, te invito a compartir este paraíso universal de las letras con este verso inmortal de Neruda:

Sube a nacer conmigo, hermano.

Paco Ayala Florenciano